TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO?

. miércoles, 16 de septiembre de 2009
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Recientemente tuvimos un evento en la Gran Arena del Cibao, en la ciudad de Santiago, en el que prediqué acerca de la pregunta que le hicieron los discípulos de Juan el Bautista a Jesús:

“Y al oír Juan en la cárcel de las obras de Cristo, mandó por medio de sus discípulos a decirle: « ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? » Y respondiendo Jesús, les dijo: «Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí»” (San Mateo 11, 2-6)


En un estadio repleto a capacidad, repetí aquella pregunta: Ante todo esto que estamos viviendo, ¿no tenemos salida? ¿A quién tenemos que esperar? ¿A quién debemos recurrir? ¿Será verdad que Dios todavía hace milagros? ¿Será verdad que Dios todavía actúa por nosotros? Estas preguntas las entiendo más de lo que usted se imagina. Son las preguntas que usted se hace cuando la crisis económica está derrumbando las paredes de su hogar. Se las hace cuando la enfermedad de su hijo no cede y el tratamiento médico en el que se encuentra no está dando resultados.

Se las hace cuando el problema que tiene con su pareja parece que ya no tiene solución. Se las hace cuando, después de años de intentos por tener un bebe, no ha recibido nada. Se las hace cuando parece que todo lo que ha sido su proyecto de vida se viene abajo. Juan el Bautista, de quién Jesús afirmó: “En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él” (Mateo 11, 11) se hizo las mismas preguntas cuando estaba en la cárcel. Parece increíble que aquel de quien Jesús dijo que era el más grande, también tuviera dudas. ¿Por qué Juan duda? ¿Por qué el que anunciaba el cumplimiento de las promesas de Dios lleno de esperanza un día ahora, exactamente como usted, también duda? ¿Por qué el profeta también duda? Porque en ocasiones, cuando se está esperando el cumplimiento de una promesa, se puede entrar en una etapa que deprime, que nos pone tristes, que nos presiona, que hace que uno se sienta en una prisión y, cuando estamos así, tenemos la tentación de dudar acerca de lo que Dios nos ha prometido.

Aún el profeta más grande dudó. Aquél que fue preparando el camino. Aquél que dijo: “He ahí al cordero de Dios”. Aquél que bautizó en el río Jordán y escuchó la voz de Dios que dijo: “Este es mi Hijo amado”. ¿Cómo es posible que lo que él mismo declaró ayer, hoy lo dude? ¿Cómo es posible que la promesa que usted mismo(a) declaró ayer para su vida, para su salud, para su economía y para su familia, hoy la esté dudando. Y, entiéndame bien, la duda de Juan no sólo lo hizo dudar a él, también hizo dudar a los de él. Las dudas que usted tenga, no sólo le hacen dudar a usted, también hacen dudar a los suyos. Ante el terror, la soledad, el abandono que se siente cuando se está en prisión, la duda ahoga la esperanza; la inseguridad se impone a la fe. Cuando Juan envió a sus discípulos con la pregunta ¿Realmente tú tienes una solución? La respuesta de Jesús fue bien sencilla: «Cuéntenle lo que ustedes están viendo y oyendo y que él mismo se responda. Que recupere la fe y que no dude. Lo que yo hago por otros, también lo haré por ti» En el estadio sólo dije lo que mis ojos están mirando y mis oídos están escuchando. Muchos enfermos recibieron sanidad. Muchos, desesperados de la emoción, daban saltos de alegría cuando llamamos a testimonio en la tarima gritando: “He sido sanado”. Berenice, la hermana que hizo la oración de invocación, contó el testimonio de su suegro quién, de los dos riñones sólo tenía uno y del tamaño de un grano de habichuela, funcionándole.

Estando frente al televisor ante la transmisión en vivo de una jornada que tuvimos de sanidad en Moca, el Señor lo tocó e inexplicablemente sus riñones, los dos, se regeneraron y hoy están funcionando a la perfección. Otra señora, después de un coma de diecisiete días y menos del diez por ciento de probabilidades de vida, también en la transmisión en vivo de otro evento, el poder del Espíritu Santo la tocó en la oración y ahí estaba completamente sana para Gloria del Señor. Otro señor, después de veintiún años de estar orinando sangre todos los días, y después de pasar por manos de muchos nefrólogos, se acercó casi obligado por la esposa (esposas, no se rindan jamás) y desde esa misma noche, comenzó a orinar normal, como NO lo hacía desde hacía veintiún años. ¿Todavía cree que tiene que esperar a otro? Yo le contesto de la misma manera que le contestó Jesús a Tomás: “…no seas incrédulo, sino creyente… Bienaventurados los que sin ver, creen” (Juan 20, 27-29)


Jesucristo es el mismo. En Él no hay sombra de variación. Atrévase a creer y a seguir esperando el cumplimiento de su promesa. Por más difícil que lo vea, por más imposible que lo sienta, llénese en este mismo momento de fe y coloque una sonrisa sobre su rostro y espere su milagro. Cuando usted extiende su mano en fe hacia el cielo, en medio de todo lo que le quiere ahogar, Él lo sabe. Cuando Él habla a los muertos, estos lo escuchan. Estoy seguro que si Jesús no se hubiera dirigido a Lázaro por su nombre, se habrían levantado todos los que yacían en una tumba en la tierra. Que Dios le bendiga grandemente,

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