Unos 127 asambleístas votaron para ratificarlo y solo 34 en contra.
SANTO DOMINGO.-Tras un encendido debate, la Asamblea Revisora aprobó esta noche en segunda lectura el texto del artículo 30 de la reforma constitucional, que establece que "el derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte". Unos 127 asambleístas votaron para ratificar el artículo 30, que ahora será el 38, y solo 34 en contra. Solo se necesitaban 108 votos para su sanción. La bancada del PRD votó unificada salvo las mujeres, igual que la bancada reformista. En el PLD la votación fue dividida. El artículo 30, que ahora será el 38 de la nueva Carta Magna, dice lo siguiente: "El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse ni aplicarse, en ningún caso, la pena de muerte".Fue aprobado, luego de un amplio debate en el que participaron más de 20 asambleístas quienes rechazaron la propuesta del vicepresidente de la Asamblea Julio César Valentín quien apeló a su conciencia y planteó de nuevo el artículo cuatro de la Convención Interamericana de los Derechos Humanos, que dice lo siguiente:"El derecho a la vida es inviolable, en general, desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse ni aplicarse, en ningún caso, la pena de muerte. Fue rechazado por solo alcanzar 49 votos a favor 108 en contra".
A la sesión asistieron organizaciones de las iglesias, así como de feministas para vigilar las discusiones y el resultado de las votaciones de los legisladores.
Waldo Ant. Brea
Pastoral Juvenil - República Dominicana
Enc. Ofic. Nacional - Casa de la Juventud
Equipo Latinoamericano de PJ - SEJ CELAM
Asamblea mantiene el artículo 30 sobre el aborto
Etiquetas: Aborto, Pastoral JuvenilDecisiones
Decisiones: algo nuevo en el mundoHay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo Autor: P. Fernando Pascual Fuente: Catholic.net
Cada una de nuestras decisiones introduce algo nuevo en el mundo.A veces pensamos que ciertas elecciones son insignificantes, sin valor, sin transcendencia. En realidad, quedarme a estudiar o ir de excursión, ver este o aquel programa televisivo, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza... son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me modifican.No sólo yo quedo “tocado” en cada decisión. También los demás, los más íntimos, los más cercanos, sienten los efectos de mis decisiones. Si obedezco con alegría a mis padres, si doy largas a las peticiones de un amigo, si olvido a aquella persona a la que prometí una llamada por teléfono, si descuido mi atención a la hora de apretar bien un tornillo... otros serán afectados, para bien o para mal, de lo que inicia en el mundo a partir de lo que yo hago o de lo que yo deje de hacer.Los cercanos... y los lejanos, el mundo entero, quedan afectado por mis actos. No es indiferente si me comprometo en serio por guardar con atención la basura o si arrojo materiales peligrosos en el primer lugar que se me ocurre. Mi barrio, mi ciudad, el planeta tierra, van mejor o peor según mis costumbres, según mi preocupación por el ambiente, según mi deseo de evitar gastos inútiles o comportamientos que aumentan la contaminación en un mundo sumamente frágil.Mis decisiones afectan, por lo tanto, a millones y millones de personas que necesitan una mano amiga. Personas que sufren por el hambre o la injusticia, por la enfermedad o el desprecio, por la soledad o por abusos en contratos de trabajo inhumanos.Cada una de mis decisiones introduce algo distinto, nuevo, bueno o malo, justo o injusto, en este mundo de contradicciones y de esperanzas.Hay que reflexionar profundamente antes de tomar una decisión, de empezar un nuevo acto. Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. Hay que escuchar la voz humilde y sencilla de Dios que me repite, con un tono suave e íntimo, que hasta un vaso de agua dado a un pequeñuelo no quedará sin recompensa. Porque ese gesto de cariño habrá introducido algo bueno, algo bello, en el mundo de los corazones sedientos de amor sincero.
TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO?
Recientemente tuvimos un evento en la Gran Arena del Cibao, en la ciudad de Santiago, en el que prediqué acerca de la pregunta que le hicieron los discípulos de Juan el Bautista a Jesús:
“Y al oír Juan en la cárcel de las obras de Cristo, mandó por medio de sus discípulos a decirle: « ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? » Y respondiendo Jesús, les dijo: «Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí»” (San Mateo 11, 2-6)
En un estadio repleto a capacidad, repetí aquella pregunta: Ante todo esto que estamos viviendo, ¿no tenemos salida? ¿A quién tenemos que esperar? ¿A quién debemos recurrir? ¿Será verdad que Dios todavía hace milagros? ¿Será verdad que Dios todavía actúa por nosotros? Estas preguntas las entiendo más de lo que usted se imagina. Son las preguntas que usted se hace cuando la crisis económica está derrumbando las paredes de su hogar. Se las hace cuando la enfermedad de su hijo no cede y el tratamiento médico en el que se encuentra no está dando resultados.
Se las hace cuando el problema que tiene con su pareja parece que ya no tiene solución. Se las hace cuando, después de años de intentos por tener un bebe, no ha recibido nada. Se las hace cuando parece que todo lo que ha sido su proyecto de vida se viene abajo. Juan el Bautista, de quién Jesús afirmó: “En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él” (Mateo 11, 11) se hizo las mismas preguntas cuando estaba en la cárcel. Parece increíble que aquel de quien Jesús dijo que era el más grande, también tuviera dudas. ¿Por qué Juan duda? ¿Por qué el que anunciaba el cumplimiento de las promesas de Dios lleno de esperanza un día ahora, exactamente como usted, también duda? ¿Por qué el profeta también duda? Porque en ocasiones, cuando se está esperando el cumplimiento de una promesa, se puede entrar en una etapa que deprime, que nos pone tristes, que nos presiona, que hace que uno se sienta en una prisión y, cuando estamos así, tenemos la tentación de dudar acerca de lo que Dios nos ha prometido.
Aún el profeta más grande dudó. Aquél que fue preparando el camino. Aquél que dijo: “He ahí al cordero de Dios”. Aquél que bautizó en el río Jordán y escuchó la voz de Dios que dijo: “Este es mi Hijo amado”. ¿Cómo es posible que lo que él mismo declaró ayer, hoy lo dude? ¿Cómo es posible que la promesa que usted mismo(a) declaró ayer para su vida, para su salud, para su economía y para su familia, hoy la esté dudando. Y, entiéndame bien, la duda de Juan no sólo lo hizo dudar a él, también hizo dudar a los de él. Las dudas que usted tenga, no sólo le hacen dudar a usted, también hacen dudar a los suyos. Ante el terror, la soledad, el abandono que se siente cuando se está en prisión, la duda ahoga la esperanza; la inseguridad se impone a la fe. Cuando Juan envió a sus discípulos con la pregunta ¿Realmente tú tienes una solución? La respuesta de Jesús fue bien sencilla: «Cuéntenle lo que ustedes están viendo y oyendo y que él mismo se responda. Que recupere la fe y que no dude. Lo que yo hago por otros, también lo haré por ti» En el estadio sólo dije lo que mis ojos están mirando y mis oídos están escuchando. Muchos enfermos recibieron sanidad. Muchos, desesperados de la emoción, daban saltos de alegría cuando llamamos a testimonio en la tarima gritando: “He sido sanado”. Berenice, la hermana que hizo la oración de invocación, contó el testimonio de su suegro quién, de los dos riñones sólo tenía uno y del tamaño de un grano de habichuela, funcionándole.
Estando frente al televisor ante la transmisión en vivo de una jornada que tuvimos de sanidad en Moca, el Señor lo tocó e inexplicablemente sus riñones, los dos, se regeneraron y hoy están funcionando a la perfección. Otra señora, después de un coma de diecisiete días y menos del diez por ciento de probabilidades de vida, también en la transmisión en vivo de otro evento, el poder del Espíritu Santo la tocó en la oración y ahí estaba completamente sana para Gloria del Señor. Otro señor, después de veintiún años de estar orinando sangre todos los días, y después de pasar por manos de muchos nefrólogos, se acercó casi obligado por la esposa (esposas, no se rindan jamás) y desde esa misma noche, comenzó a orinar normal, como NO lo hacía desde hacía veintiún años. ¿Todavía cree que tiene que esperar a otro? Yo le contesto de la misma manera que le contestó Jesús a Tomás: “…no seas incrédulo, sino creyente… Bienaventurados los que sin ver, creen” (Juan 20, 27-29)
Jesucristo es el mismo. En Él no hay sombra de variación. Atrévase a creer y a seguir esperando el cumplimiento de su promesa. Por más difícil que lo vea, por más imposible que lo sienta, llénese en este mismo momento de fe y coloque una sonrisa sobre su rostro y espere su milagro. Cuando usted extiende su mano en fe hacia el cielo, en medio de todo lo que le quiere ahogar, Él lo sabe. Cuando Él habla a los muertos, estos lo escuchan. Estoy seguro que si Jesús no se hubiera dirigido a Lázaro por su nombre, se habrían levantado todos los que yacían en una tumba en la tierra. Que Dios le bendiga grandemente,
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“Estaba El a la orilla del lago de Genesaret y la gente se agolpaba a su alrededor para oír la
Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».
Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron una gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador»… Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las dos barcas y, dejándolo todo, le siguieron.” , (Lucas 5, 1-11) Todos dentro de nosotros tenemos un crítico implacable que nos quiere apartar de la alegría y la paz.
Pedro se lo dejó ver a Jesús cuando le dijo: « Apártate de mí, que soy un hombre pecador», a lo que Jesús le contestó: «Desde ahora serás un pescador de hombres». Es como si le dijera: “Lo importante no es lo que ahora eres, sino lo que serás si me sigues”. Con usted y conmigo es exactamente igual. Lo importante no es lo que usted era, sino lo que puede ser de la mano de Jesús. No permita que sus propios temores, y complejos le aparten de todo lo grande que Jesús tiene para usted. Estoy completamente de acuerdo con Frank Crane: «Nuestros mejores amigos y nuestros peores enemigos, son los pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos». Tenga cuidado en cómo piensa acerca de usted mismo(a).
Tenga cuidado cómo reacciona frente a los desafíos de la vida. Hace unos años conversé con una joven madre que había perdido su bebé faltando pocas semanas para el parto, con el agravante de que ella y su esposo tenían dificultades para tener hijos, pues un problema de su matriz lo había impedido hasta ese momento. Estaba destrozada como es natural, pero tenía en su corazón la seguridad de que Dios sabía el porqué de esa tragedia y que su amor era más grande que su dolor; y con una seguridad asombrosa me dijo: « Volveré a intentarlo porque sé que Dios me regalará el privilegio de ser madre». Oramos juntos para que así fuera. La última vez que hablé con ella, oramos para agradecer por su tercer hijo. Dios siempre estará por encima de nuestros fracasos aparentes. No se rinda. No tire la toalla. Conquiste su propia incapacidad de seguir luchando. Mientras estemos vivos, hay esperanzas.
Estoy de acuerdo con Paul Meyer quien dijo: «El noventa por ciento de todos los que fallan no están realmente derrotados, sencillamente se dan por vencidos». En este momento dígale a Jesús lo que le dijo Pedro: «Por tu Palabra, echaré de nuevo las redes para pescar», y comience a disfrutar de un nuevo destino. El destino de un nuevo usted.
Que Dios le bendiga grandemente,